INTRODUCCION GENERAL A LAS OBRAS HERMETICAS
"Hay que seguir y comprender lo que es común, lo que a todos pertenece. Porque si bien la Razón es una y común a todos, la vulgar mayoría cree tener un pensamiento propio y particular." Heráclito.
"...hay que unir las dos tesis y decir que el Ser es, a la vez, Uno y Múltiple, y que el Odio y el Amor mantienen la cohesión. En verdad, su desacuerdo es un perpetuo acuerdo. Así dicen, entre las Musas, las voces más autorizadas.
"Las voces más débiles han abandonado este rigor, y dicen que tan pronto el Todo es Uno, gracias a la amistad de Afrodita, como Múltiple, en lucha consigo mismo, bajo el influjo del algún Odio.” Platón.
Hermes Trismegisto, Hermes Tres Veces Grandísimo como se traduce su nombre, reaparece hoy en la historia y la vida cotidiana luego de siglos de ocultamiento.
De sus legendarios millares de escritos, han llegado hasta nosotros, dieciocho tratados redactados en griego, y uno más conservado en latín llamado "Asclepio" o Esculapio.
Quedan de ellos una treintena de manuscritos de copistas de los siglos xiv al xvii que constituyen lo que técnicamente se llama el "Corpus Herméticum" o Biblioteca Hermética.
En su conjunto testimonian de cuánto fué leído y releído en la Edad Media y Moderna, especialmente por sus adeptos, los "filósofos de la naturaleza", "filósofos herméticos" o alquimistas. Hasta nuestros días, su nombre vulgarizado, sirve para indicar lo oculto, secreto y sellado, lo hermético, lo que es difícil de penetrar y lo que se conserva vivo mucho tiempo.
El análisis de los textos indica que fueron redactados en ese idioma griego que, luego de la expansión del imperio de Alejandro, se hablaba en Occidente, Asia Menor y especialmente en Egipto, donde en la ciudad de Alejandría se formó un centro cultural y científico de primer orden.
Las referencias al Corpus que hacen en sus escritos Iámblico, Lactancio, Dídimo el Ciego, Eusebio, el alquimista Zósimo, San Cirilo y San Agustín, entre otros, permiten establecer que los textos eran ampliamente conocidos y reverenciados en los primeros siglos de la era cristiana, y que las copias medievales que nos quedan son fieles al texto original.
La ausencia total de referencias al cristianismo en el texto y de conceptos o nociones cristianas explícitas o implícitas nos debería hacer suponer que fueron escritos antes del nacimiento de Jesús. De cualquier manera, su traducción al griego no debió ser anterior al siglo lII a. de C. ni posterior al siglo II d. de C.
Los redactores del texto lo presentan como una traducción de libros egipcios atribuídos a Hermes, nombre griego del dios Thot, escriba de los dioses, y como tal, revelador de conocimientos arcanos. Iámblico, que vivió en la segunda mitad del siglo II d. de C. y murió hacia el año 330, en su libro "Los Misterios Egipcios", nos dice al respecto:
"Hermes, dios que preside las palabras, es considerado desde antiguo como propio de los sacerdotes sagrados y su común inspirador. Protector del verdadero conocimiento y ciencia de los dioses, es uno y el mismo en todas partes: es aquel al que nuestros ancestros atribuían todos sus hallazgos de sabiduría, y ponían bajo el nombre de Hermes todos sus escritos."
"... Los libros que circulan hoy bajo el nombre de Hermes contienen la doctrina hermética, bien que el texto haga uso frecuente de expresiones filosóficas, precisamente porque fue traducido del egipcio por gente que no ignoraba filosofía."
y testimonia de la antigüedad de la enseñanza contenida en sus escritos al decir:
"... las antiguas estelas de Hermes, que ya Platón anteriormente y Pitágoras habían leído y considerado para dar forma a sus propias filosofías..."
Francisco Daumas, en su obra "Los Dioses de Egipto" dice:
"Los griegos, para quienes Thot era Hermes, tradujeron un epíteto egipcio que debía significar "siempre grande" y lo denominaron Trismegisto: "tres veces grandísimo".
"Con ese nombre han llegado hasta nosotros una serie de tratados filosóficos, denominados herméticos, escritos en griego y sin duda teñidos de neoplatonismo. Estos tratados trasmiten sin embargo, una parte muy apreciable de viejas especulaciones egipcias, hasta tal punto que se ha creído ver en ellos una traducción pura y simple de los libros filosóficos egipcios mencionados por Clemente de Alejandría al referirse a los conocimientos que debían adquirir los sacerdotes."
Podemos concluir entonces, con toda la tradición, que la Biblioteca Hermética, de la que hoy presentamos el primer tratado, es una traducción griega de antiquísimos textos egipcios, textos que fueron consultados por los primeros filósofos griegos en sus viajes a Egipto donde eran iniciados en los misterios y admitidos a la lectura de los libros sagrados.
Concluímos también que la traducción fue "libre", interpretativa como toda traducción, realizada por griegos para griegos, haciendo uso de términos y de formas de expresión aceptables y conocidas en ese entonces, de la misma manera que ahora, en nuestra traducción, recurrimos a la terminología hodierna, e interpretamos el texto de forma de ofrecer una lectura comprensible.
Esta Biblioteca Hermética, pues, siguió la suerte de todos los libros sagrados: tiene un origen secreto y oscuro perdido en los comienzos de la Historia; reaparece y desaparece por largos períodos; la colección no es completa, sino que quedan tratados, algunos mutilados, con lagunas, como mensajes aislados y reveladores. Es reverenciada por los esoteristas y temida y combatida por los fanáticos de cualquier dogma. Pero, como afirma Plutarco en su libro "Isis y Osiris":
"Tifón, enemigo de Isis, está siempre cegado entre los humos de la ignorancia y del error, ya que sólo se dedica a desgarrar y esparcir a los vientos los escritos sagrados.
Sin embargo, la diosa Isis sabe cómo volver a reunirlos y reintegrarlos, guardándolos según su propio ordenamiento y trasmitiéndolos a los iniciados que se consagran al culto de su divinidad."
Como dijimos, los escritos herméticos fueron leídos y reverenciados en los primeros siglos de la era cristiana. Parte de la doxología final del Poimandres figura en una medalla cristiana como una oración común. Y hay autores, como René Guenon, que consideran que, en los primeros siglos, existió un esoterismo cristiano compenetrado de las doctrinas de Hermes.
Iámblico considera que es la base teológica de la teurgia y del culto sagrado, y Eusebio lo llama "El Heraldo de la Verdad".
Más tarde, desde el siglo VI al siglo XI, los textos herméticos desaparecen. Nadie los cita y no hay noticias del Corpus, como si no existiera.
Reaparece en citas del siglo XI y del siglo XIV, y subyace bajo la literatura alquímica medieval y de la era moderna como el fundamento y la inspiración del Arte. La doctrina reaparece en esa época condensada en ésa espléndida "Tabla Esmeraldina", tan conocida hoy, y cuyo origen es aún más oscuro y enigmático.
Finalmente vuelve a hablarse de Hermes en nuestro siglo XX. Estudiosos de la antigüedad y teólogos cristianos le han dedicado muchas eruditas páginas, pues el Corpus Herméticum constituye un problema y un desafío a la Historia de las Religiones y a los fundamentos del pensamiento occidental. De manera que existe una "cuestión" académica sobre su orígen, con detractores y admiradores, por donde el Corpus constituye en sí una polémica que posiblemente no se extinga nunca.
Su mensaje es "inquietante" precisamente porque, de aceptar la antigüedad de su origen y la grandeza de su doctrina, se trastocarían muchos conceptos, especialmente el de la interpretación oficial de la Historia, y el del pensamiento filosófico moderno, el cual, todavía hoy, no se ha desprendido de sus raíces medievales, ni liberado de los falsos dilemas en que se debate, de las propuestas dualistas de Dogma-Razon, Libertad-Determinismo, Espíritu-Materia, Razón-Sentimiento, Agnosticismo-Religión, dilemas expresados en términos simplistas repetidos automáticamente desde el siglo XVIII como si nada hubiera ocurrido desde entonces, como si la historia entera de la Humanidad, que ahora conocemos mejor, no tuviera otra cosa que trasmitirnos; como si no fuéramos capaces de proponernos en lo íntimo de nuestra propia conciencia la necesidad de pensar y repensar nuestra profunda angustia y la desmesurada ignorancia y superficialidad en que vivimos.
La filosofía, aquel "amor y búsqueda de la sabiduría", ha muerto: éso es lo que tenemos que aceptar con sinceridad, y ha muerto precisamente porque no sabemos cómo ni por dónde empezar.
El lector ya avezado en la ciencia y habituado a la lectura de otros libros sagrados, percibirá en Hermes el tono inconfundible, la fuerza de profundidad, y aquella seguridad y autoridad de los mitos y símbolos verdaderos, de las reflexiones y afirmaciones sensatas, del sentido universal y en total armonía con el Uno, el Todo y lo Mismo para todos.
Quienes estén familiarizados con los filósofos presocráticos, tendrán una mejor explicación del llamado "milagro griego" del pensamiento, pues no dejarán de percibir que aquí está planteada, en forma pura, la problemática que ellos analizan y desarrollan hasta alcanzar la síntesis fantástica e inigualable de Platón.
En realidad, Hermes propone los fundamentos del pensamiento occidental. Sus grandes y repetitivos temas: La afirmación de la Unidad del Todo; la presencia universal e inmanente de la Inteligencia y del Espíritu; la inteligibilidad de la realidad. El concepto de la creación como manifestación de lo inmanifestado. La materia como continente pasivo y la Luz inteligible, pleroma de arquetipos, como el agente activo de la manifestación. El concepto del Mundo como un Cosmos. La observación de los evolución de la naturaleza, siempre la misma, siempre renovada en el proceso continuo de la Vida, de muertes y nacimientos de individuos pero de permanencia en vigor arquetípico del género y la especie. El juego de la Libertad, la Necesidad-Destino y la Providencia, una tríada inseparable. La posibilidad de comprender el Destino. La realidad trina del Hombre: Mente-Razón-Sentido, Espíritu-Alma-Cuerpo. El concepto de Energía, "en-ergon", lo que actúa desde adentro y por sí mismo. Y millares de otros temas nacidos de la observación y de la participación con la Inteligencia del Todo, están vivos y presentes desde Parménides hasta nosotros, y son, a nuestro ver, la fuente primeva de nuestra cultura y de nuestra civilización.
Una última observación: los libros de Hermes no son "filosofía", ni pertenecen a ninguna escuela. Son un texto sagrado como el I Ching, como la Biblia, como el Libro de los Muertos egipcio, como los Vedas y los Upanishad.
Como los símbolos y los mitos, habla el lenguaje del espíritu y de la inteligencia, más allá del Tiempo, en el instante Eterno e incomprensible del entender, del darse cuenta y del tomar conciencia. Del instante cuando se hace la Luz, a la que sigue el recuerdo de lo que una vez entendí, y de que estoy seguro de que así fue, y que lo guardo en la memoria y en la Pistis, la Fe, que es la Piedra firme sobre la que se puede construir una Morada segura.
Luego vendrá el Tiempo, el devenir de la Razón, del Logos, que establece las diferencias, controla las fantasías y separa la paja del grano, que emite hipótesis y tesis, que desarrolla la Luz, para decirlo en términos de Hermes, "en un Cosmos infinito de arquetipos", de infinitos posibles, de "Todo lo que ha sido, es y será, y de lo cual ningún mortal jamás alzó el Velo". Porque como todo libro sagrado, la Revelación que nos trasmite, viene mezclada con fantasías y características propias del que la trasmite: no es un credo ciego, sino proposiciones a comprender e interpretar.
Jorge E. Sanguinetti, solsticio de junio de 1991.